Venezuela no está condenada al éxito

El siguiente artículo fue escrito por Rafael Osío Cabrices @osiocabrices en la revista dominical Todo en domingo del diario venezolano El Nacional, hace ya 10 años. En 2008. En aquel momento me pareció tan claro y contentivo de verdades sobre la situación venezolana y la respuesta social a la misma, que lo compartí con mis allegados. Significaba mucho para mí encontrar una respuesta a ese mantra que planeaba, como algunos otros de los que escribiría Paulo Coelho, sobre las mentes de la decreciente clase media venezolana, que les mantenía y mantiene, ahora mismo, engañadas y esperanzadas en una solución que tiene que llegar sin que muevan un dedo: «Venezuela está condenada al éxito«. Cuando se los envié por correo electrónico, el asunto decía: «de esto hablo cuando digo que no estamos condenados a ningún éxito«.

La situación actual es en extremo peor que en 2008, pero 10 años después, el pensamiento persiste y lo descrito en el artículo también.

La Vida Sigue

Distraídos 

Rafael Osío Cabrices 
–osiocabrices@hotmail.com

En algún momento este país se convirtió en el que es hoy.
En un instante crítico, o en varios, que hoy brillan como lámparas de hospital en la memoria, esto se cubrió de violencia, estupidez, egoísmo y confusión. Sin embargo, hubo varios presagios.

Nos preguntaron qué pasaría en Venezuela si no existiera Pepeganga, y creíamos que era un simple eslogan comercial. La gente prudente advirtió que venían tiempos de vacas flacas, pero los mandaron a callar y los llamaron «profetas del desastre». Y los demás, al parecer, teníamos la cabeza en otras cosas. Estábamos muy distraídos.

En 1983, la fe en que el petróleo nos convertiría en Miami fue reemplazada por la irritación ante los desconcertantes términos económicos que poco a poco se harían tan comunes en los noticieros. Nuestra prosperidad de los setenta resultó ser una promesa de borracho. Pero no hicimos lo que había que hacer en los años siguientes, porque eso hubiera equivalido tal vez a perdernos Las amazonas, bajarle el volumen al picó donde escuchábamos a Wilfrido Vargas y pensar en algo más que comprar franelas Town&Country en Margarita.

En 1989, se desmoronó en tres días lo que Moisés Naím y Ramón Piñango llamaron de modo inolvidable «la ilusión de armonía«. Nuestras vidas no volverían a ser iguales y el miedo se convertiría en la gran emoción común. No obstante, en ese momento la prioridad era aprender a bailar lambada y salsa erótica. Hermosos carros importados sorteaban los huecos y nos los comíamos con los ojos.

En 1992, se puso de moda echarle la culpa a CAP de absolutamente todo y descubrimos los cacerolazos. Según recuerdo, a casi todo el mundo le pareció finísimo que los rumores de golpe de Estado se hicieran realidad. «¡Pana, parece una película! ¡Los cañones sonaban bum, bum, bum!» Celebrábamos el fin del aburrimiento nacional con canciones de Fito Páez y creíamos que el país cambiaría como lo estaba haciendo Europa oriental. Era chévere ser cínico y vestirse de negro. Los síntomas de nuestro enloquecimiento incluyeron, por ejemplo, creer que comprarse un carro fabricado en la recién derrumbada Unión Soviética era buena idea. Tener televisión por cable era más urgente que conservar una democracia.

En 1999, un hombre se agarró el país para él solo, con la inapreciable ayuda de gran parte de la población. Mientras tanto, nosotros estábamos ocupados en el resurgir de la chicha y los churros, en conocer cines remodelados o en lamentar la decadencia de la producción de misses.
En 2002, lo que estaba de moda era una curiosa combinación psicológica: creer que el presente no podía ser peor, y a la vez, que unos pocos actos providenciales harían de la mañana siguiente un paraíso. Vino el bendito paro que no trajo nada bueno, pero nos las arreglamos para conseguir cerveza fría y convertir una protesta en una bailoterapia. Confundimos a militares con estrellas pop y a estrellas pop con estadistas. Todo cambió para seguir igual, y sumergimos nuestra frustración en reguetón, bebidas energéticas y celulares.

No es por ser pavoso ni aguafiestas, pero me pregunto: ¿qué estará pasando ahora, mientras estamos de nuevo concentrados en Latin American Idol, en aprendernos la ley de la atracción de El secreto, o en ir a conocer un nuevo mall? ¿Cuáles
nuevos presagios estamos ignorando?

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