Los pontífices, esos que van explicando la maravillosa medicina que hacen. Cómo nunca se equivocan, siempre tienen la solución para todo y no tienen dudas éticas ni morales.
Establecen las prioridades y son capaces de cuestionar cualquier decisión de gestión y de política de salud pública. Muchas veces con fundamento, pero otras, más de las necesarias, solo por su propia inspiración y visión subjetiva.
Esos que van por las tribunas públicas – las redes sociales – convertidos en líderes de opinión, en influencers. Esos nuevos adalides de la información, que mantienen discusiones, bloquean, promueven o hunden a otros, desde el sesgo o desde la evidencia.
Aquel que, como dice Irene Mate @irenemate, «desacredita a todo aquel que no comparte su opinión. Seres de luz pluscuamperfectos que se dedican a dar lecciones de vida».
O esos de los que Enfermera Saturada @EnfrmraSaturada dice: «Existe una norma en twitter y en los congresos, y es que cuantos menos pacientes se atienden, más lecciones de cómo atenderlos se dan.»
¿Realmente son tan buenos, lo hacen tan bien? Yo no lo sé. Solo puedo ver lo que ellos o ellas mismas dicen o muestran de sí.
Después de tantos años de experiencia, aún tengo dudas. Todavía tomar una decisión sobre el diagnóstico, el destino o el manejo de algún paciente puede producirme zozobra. Otras no, y reconozco que cada vez menos.
Me siento en capacidad de enseñar desde hace muchos años. Pero todavía no sé si puedo juzgar, de improviso, cualquier conducta de un colega. Tengo discrepancias que se refuerzan o debilitan conforme el paciente evoluciona.
Cuando leo un informe de referencia o derivación tengo que morderme la lengua. Después de ver al paciente, entiendo que hice bien. No siempre la primera impresión es suficiente ni sirve para nada. Hay circunstancias, atenuantes, información incompleta y razones que desconozco para que un compañero actúe de una manera u otra.
Otros, otras, están tan seguros en temas que por otra parte conllevan tanta polémica y discusión, que no puedo menos que felicitarlos. Con la tribuna que conforman las redes sociales, explican, argumentan, pontifican, sin pestañear, sin carraspear.
Todos estamos expuestos a equivocarnos, aunque sigamos los protocolos a rajatabla. Muchos tomamos decisiones en segundos que pueden establecer la diferencia entre malograr a una persona, o que incluso muera, o salvarla.
Pero hay muchos, sobre todo los que se hacen autopublicidad, los influencers, o simplemente compañeros sabios, profesores, que con desparpajo, descaro y casi insolencia, con vanidad y falsa modestia, son capaces de establecer las fronteras entre la para ellos buena y la supuesta mala medicina.
Son los que os otorgan el carnet de buenos médicos, o no.
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