Los congresos médicos se han vuelto cuestionables.
Una vez le pregunté a una colega – colega en el sentido latinoamericano del término – si estaría en un congreso a realizarse próximamente. Me respondió: «Yo es que no soy mucho de congresos».
Entiendo porqué.
Los congresos por lo general son organizados por las sociedades nacionales, regionales o internacionales, de manera anual, supuestamente para actualizar el conocimiento de sus asociados, poner en contacto a unos con otros y dar publicidad a la especialidad médica que corresponda.
He asistido a varios. En ellos conoces a gente, es verdad, pero menos de la que quisieras. Te presentan novedades – ¡o nó! -tecnológicas, terapéuticas, y comerciales. Asistes a reuniones, talleres y ponencias, muchas de las cuales son repetitivas, tediosas, o simplemente mediocres.
Las supuestas autoridades en un tópico no son tales, y notas las costuras mal hechas de su pose.
El comité científico ad hoc intenta dar una pátina de profundidad y academia al evento, pero termina promoviendo el comercio y la carencia de rigor.
Los costes para los participantes son inasumibles si no cuentas con el patrocinio de una empresa, por lo general farmacéutica, que luego te pedirá, o te comprometerá a cumplir con sus exigencias. Transacción diabólica del alma por 3 días de autopromoción y escape. Es evidente el desequilibrio entre el precio a pagar y el beneficio obtenido.
Es cierto que la ciudad en la que se realiza el evento recibe beneficios en tanto y en cuanto los participantes, visitantes de todo el país, continente o del mundo, asumen su papel de turistas consumidores y mueven la economía local.
Lo primero que eliminaría de un congreso, o al menos reconduciría, es la presentación de pósters y comunicaciones orales. No tienen sentido dado el escaso público que conforma su audiencia. Está claro que tendrían mayor difusión en otro tipo de órgano de comunicación. Creo que es un recurso anacrónico, desfasado, y de poco rendimiento científico.
Además las comunicaciones y pósters no están sometidos a una estricta evaluación que filtre lo realmente válido para el conocimiento médico. Tampoco hay mayor trascendencia de los resultados y conclusiones.
Podría, en su lugar, trabajarse en talleres, cada uno de una temática interesante. No como lo que son ahora, simples cursillos intensivos, sino como discusiones académicas, científicas, empíricas, prácticas, con el objetivo de establecer consenso y exponer formas y métodos de trabajo.
En definitiva, habría mucho que hacer para relanzar esta actividad, que sin embargo tiene un gran publico cautivo que merece algo más.
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