Golpe de realidad

La conversación fue esclarecedora. Como una bofetada con la mano mojada y abierta. La perplejidad daba lugar a la sorpresa y de ahí a la incredulidad. Lo que estaba oyendo no podía ser.

O sí.

No había caído, o no quería caer. Más bien, era la resistencia a aceptar un fenómeno que había comprendido hace ya años. Apenas 10 años de diferencia para entender que los paradigmas de la profesión médica y del proceso formativo médico han cambiado.

Ni siquiera una generación entera. Estaba en plena transición, en plena transformación. Lo noté pero le resté importancia. Podría ser un evento pasajero, una moda o una simple desviación inducida por la crisis económica en plena barrena.

El argumento o los argumentos fueron:

  1. Yo quiero que me paguen las horas que trabajo y si no me pagan una hora de guardia, pues no trabajo esa hora de guardia.
  2. Hasta ahora en mis 3 años de residencia, es la primera vez que puedo estudiar acerca de la patología de un paciente.
  3. Mi aspiración para mi futuro como especialista es una sala pequeña de 5 camas, no más.
  4. El consabido mantra: nadie se ocupa de nosotros los residentes.

La vocación no es lo importante. El deseo de aprender, y que el éxito se base en ese aprendizaje ha dejado de ser el impulso para la formación de las próximas generaciones de médicos.

Tanto la escuela de medicina como luego el trabajo como médico, así como la formación especializada, han dejado de afrontarse como medios de obtención de conocimiento.

Ahora sí todos los fundamentos en los que se ha basado la enseñanza de la ciencia médica se tambalean, ceden, resienten la indiferencia de las nuevas generaciones. No son las distracciones múltiples. Es una actitud y un compromiso totalmente diferentes.

Ausencia de compromiso, indiferencia disimulada ante el dolor y la necesidad. Hipocresía que implica simular preocupación pero afrontar la jornada como el que forma parte de una cadena de montaje, sin más. No me importa si participo en la construcción de una obra de arte o de un simple utilitario.

Todas aquellas basas filosóficas propias de la medicina que establecían que el médico, en tanto científico y curador del ser humano, era ante todo, aprendiz constante, pero también profesor permanente, ya no parecen tener cabida en la sociedad de las realidades alternativas.

No hay forma de abstraerse de la necesidad y la obligación, sobre todo obligación, de enseñar y de aprender. Sin embargo, todo el tiempo el médico recibe andanadas de fuerzas que intentan sacarle del camino. Fuerzas que vienen de la administración, de la nueva gestión, de sus propios compañeros, médicos o no, y de la propia sociedad.

Parece un cuento recurrente. Asistimos hoy al llamado de alerta de ciertas corrientes y fuentes de opinión, acerca del surgimiento de tecnologías y métodos de producción que «amenazan» con dejar a gran parte de la humanidad sin empleo, por tanto sin sustento. Estas alertas y amenazas han surgido de manera cíclica a lo largo de la historia. Además, como pasa con la Ley de Moore, estos ciclos son cada vez más frecuentes.

Así como frecuentes son estas variaciones, también la adaptación de la humanidad a estos cambios a diferentes escalas, ha sido evidente. Las profecías apocalípticas quedaron solo en eso, en advertencias olvidadas para reaparecer tras cada nuevo avance, o cada inflexión de la historia. La humanidad ha seguido evolucionando, creciendo, e incluso ahora, como nunca, goza de mejor salud y bienestar que nunca.

De la misma manera, podría alguien decirme que este debate particular acerca de la ausencia de compromiso aparente de los médicos jóvenes ya ha sido tratado a lo largo de la historia de la enseñanza médica.

Sin embargo, es sobre todo las nuevas corrientes y técnicas de gestión, gerencia y administración, las políticas públicas y privadas y la influencia de la sociedad de la información, lo que a mi parecer hace que este momento de la historia sea particular. El punto está en comprender, o seguir comprendiendo, si se puede aplicar el gerundio como descripción de un proceso continuo, que es inherente al aprendizaje médico la permanencia, la estancia, la «nutrición» del conocimiento a partir de todas las vivencias, virtudes y perjuicios de la atención sanitaria de un individuo o de un colectivo a lo largo del tiempo que dure su formación y su carrera. Estos últimos, formación y carrera, constituyen un continuum, y así debe ser asumido.

Es el médico, antes estudiante de medicina, quien tiene que ser actor del proceso. Debe ser capaz de incorporar todo ese conocimiento, filtrar datos, acopiar información, decantar, tamizar, separar el trigo de la paja. Es indispensable que su actitud se modifique de manera evidente, pero también de manera imperceptible y continua, para estar abierto, alerta y vigilante de los avances pero también de los mitos y falsedades.

Es difícil pero así es esta profesión. No hay atajos. Es inherente y propio de la elección vital que significa ser médico.

  1. Estás aprendiendo las 24 horas: mientras más tiempo pases, sin desmedro de lo que te paguen por ello, si te lo pagan, es tiempo en el que obtendrás conocimiento y te servirá en el futuro. En este momento parece que te están explotando, pero al menos tienes a alguien por encima – como autoridad, como docente, como libro – a quien puedes preguntar o en quien puedes descargar alguna responsabilidad. Luego es muy posible que no tengas a nadie más excepto a ti y tu bagaje.
  2. Si en 3 años de residencia, o en 4 o en 5 no has podido coger un libro o leer un artículo sobre las patologías y problemas que enfrentas cada día, tienes un mal plan personal. No estás dando importancia a lo que la merece realmente. No salgas después con el tema de que «los estudiantes de medicina nos sacrificamos mientras el resto de mis compañeros de otras carreras se divierten». Lo mismo pasa cuando ya tienes el título. Es inherente al cargo: Tu vida y la de otro dependen de ello.
  3. Tu aspiración no puede ser mediocre. Si no estás comprometido con la medicina es mejor que no la asumas como profesión y te dediques a otra cosa. Eso implica esforzarte en ser el mejor, o al menos aspirar a dar lo mejor todo el tiempo. En parte por eso esta profesión es tan demandada por los aspirantes a hacer una carrera y la exigencia es tan alta para entrar. Formas parte de una élite y tienes que mantenerte en ella.
  4. Aunque no lo veas, amigo residente, hay gente que se ocupa de ti y se preocupa. Tanto el que está todo el tiempo a tu lado como el que parece que no. Pero lo más importante es que acceder a la profesión más liberal del mundo y de la historia, implica ser autónomo, y serlo lo suficiente como para tener la capacidad y la valentía de intentar resolver problemas y manejarlos en medio de una tempestad de exigencias.

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