El concurso de App de urgencias: una aplastante burla

La presentación era simple. Un proyecto que había tomado más o menos un año. Horas de trabajo, robándolas al resto de cosas que había que hacer en la vida. Mientras abordas esos asuntos, te acuerdas de cosas que deberían estar en el proyecto. Cosas que lo harían mejorar sustancialmente. Cosas que había que incorporar, pero a través de un proceso difícil de entender, difícil de poner en práctica.

Cuando las obligaciones te dan tiempo de ponerte a diseñar, se te olvidan cosas. Más si eres un poco procrastinador. Hay que reconocer que algún rasgo existe. Estar pendiente de muchas cosas.

Algoritmos, tablas, bases de datos, rutas de decisión. Encrucijadas a vencer. Cómo se traduce eso en una interfaz comprensible. Cómo transformarlo en un proceso sin complicaciones, “amigable”.

Sin la ayuda de un experto hubiera sido difícil. Sin embargo, esa persona no trabajó desde la nada. El adelanto que significó tener los esquemas en tablas, en hojas de cálculo, permitió montar la aplicación rápidamente.

Una aplicación definitivamente indie. Era simple la presentación. La idea era mostrar que la había desarrollado de la nada, tratando de suplir una necesidad, una demanda del público de habla hispana de todo el mundo. Que funciona y que es práctica.

Las expectativas se disiparon rápidamente. La realidad nos estalló en la cara. El resto de propuestas era heterogéneo. Proyectos robustos, respaldados por grandes equipos, por entes públicos, o por patrocinantes, con una fuerte financiación. Incluso ganadores de becas. Algunos ni siquiera tenían que ver con el tema de la contienda.

El formato se repite en este tipo de eventos. No solo es propio del concurso. Es el espíritu no confesado de estas reuniones. Una gran convocatoria ensombrecida por un evidente favoritismo. Siempre los mismos ponentes. Temas con poco impacto, sin embargo con gran seguimiento. Siempre los mismos ganadores de premios y becas. El público especializado está ávido de información fresca y potente. De eso podríamos hablar en una prolongada conversación.

La presentación fue bien acogida, así como la propuesta que encerraba. No obstante, la competencia, dopada, superaba con exageración los objetivos del evento. Debemos reconocer que las bases del concurso no mencionan limitaciones a este tipo de respaldo.

Está claro que hay al menos dos o tres proyectos que buscan el impulso de un premio, más allá del metálico, para mostrarlo como sello o medalla, con el fin de impulsar la comercialización, la distribución o la difusión de la propuesta. No son proyectos realmente. Son empresas que buscan reconocimiento. Es como poner a competir a Nadal con un no “rankeado”, o al Real Madrid contra el Alcoyano.

Ya sabemos lo que pasa en el 99% de los casos con unos enfrentamientos tan desiguales. El resultado fue aplastante, pero tomado con resignación. Qué estaba buscando. Ni siquiera fue la derrota. Esta no existió. Realmente fue la vergüenza por avalar tal despropósito.

El avasallador «proyecto» ganador (entre comillas, claro, porque de proyecto, nada) es una aplicación establecida, promovida por la propia organización del concurso y del ente que lo arropa y que tiene ya al menos 8 años en el mercado. Con la presencia en su back-end de miembros de los comités científicos de la poderosa organización nacional. Hasta irrisorio es que concursaran por un premio de ¡300 euros!

Una burla absoluta para el resto de participantes y para el público. 


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