La predicción no era difícil. Una proyección subjetiva nacida de la propia ineptitud del régimen. Tampoco es un privilegio. Muchos no se equivocan. Cada vez menos se equivocan. A medida que transcurre el tiempo, es más fácil darse cuenta del estado y predecir el futuro.
Hay quien dice que el gobierno de Maduro ha destruido un legado. En mi opinión, lo reforzó, lo potenció y lo impulsó. El legado es la destrucción, que comenzó el mismo momento en que fue propuesto. Se consolidó en el momento en que Chávez propuso públicamente ser presidente. Gobernar ese pedazo de tierra, esa nación ubicada al norte de América del Sur.
Comulgo con la afirmación que define a Venezuela como un campamento minero. El campamento minero situado al norte de América del Sur. Algunos intentan poner orden en ese campamento. Otros creen vivir en ese orden. La mayoría, a sabiendas o ignorantes de ello, se adaptan y sobreviven bajo el régimen de ese universo.
En abril de 2013, un mes después de la muerte oficial de Chávez – la real, como en el antiguo régimen soviético con los primeros secretarios, ocurrió con bastante probabilidad el día 30 de diciembre de 2012 – Venezuela concurrió a un proceso electoral. El candidato del gobierno, o sea, del partido socialista (PSUV), fue el propio heredero, Nicolas Maduro. Chávez se encargó de designarlo expresamente. Sin discusión.
Dado el discurso y la conducta previa del presidente encargado (Maduro) – encargado por obra de la Constitución y como consecuencia de su ascenso en tanto vicepresidente a la muerte del presidente – era fácil intuir la falta de capacidad de ese señor para llevar el gobierno de la nación. No había obras o proyectos qué examinar. Los antecedentes del mencionado, el desempeño previo y las “cualidades” ya permitían dilucidar lo que vendría.
¿Méritos del individuo? Solo dos: La antigua y persistente lealtad canina al hijo de Sabaneta y la acción paramilitar de defensa callejera a tiros del gobierno bolivariano, 11 años atrás. Pero esos dos méritos serían suficientes. No se necesitaba ni se necesita más dentro de la lógica propia de la suerte de corte de los milagros que rige Venezuela desde 1999.
Los pseudoprincipios revolucionarios están por encima de la eficiencia, la lealtad o el respeto al estado de derecho, es decir, a las leyes.
Sin embargo, ahí sigue. Sigue él y sigue la destrucción constante. Permanece en el poder a pesar de su negligencia y evidente incapacidad. Tan evidente que, como en ninguna otra etapa de la historia y en ningún otro esquema de contrapoderes en política internacional, se había sometido a tal descalificación y trato peyorativo al presidente y equipo ejecutivo de cualquier país. Al menos en occidente, en los últimos 100 años.
No solo es el trato peyorativo, es la aplicación de la condición de cuasi-delincuentes tanto a Maduro como a varios de sus principales colaboradores. Es, además, la seguridad con la que el Departamento de Estado, la Comunidad Europea, varios gobiernos europeos de manera individual y muchos estados americanos, afirman que Venezuela es un estado forajido y fallido que debería ser sancionado.
Controles férreos de precios; la idea de apretar y presionar a los agentes económicos. La anulación política de la oposición que realmente amenaza al régimen. Esa oposición que podría ser una opción democrática por su tipo de propuesta política.
El manejo del mercado de divisas, que ha permitido el fraude continuo mediante el aprovechamiento inescrupuloso del diferencial cambiario no reconocido por las autoridades, pero usado por ellas mismas a título individual y corporativo para el enriquecimiento rápido.
El fracaso de Venezuela como estado y su debacle económica descansan y son consecuencia de la fuga de capitales, el pretendido e ineficaz control de precios, la permisividad para las actividades delictivas, la borrosa frontera entre lo legal y lo ilegal, la aplicación arbitraria de leyes, la destrucción de la estructura productiva ya previamente deficiente, la dependencia absoluta del PIB de la actividad monoproductora (petrolera), la fluctuación de los precios del petróleo y derivados, la inobservancia del proceso democrático, la usurpación del poder.
Todo termina en la confluencia del fraude electoral mayúsculo, descarado, continuo, y la falta de capacidad de la oposición para imponer la voluntad democrática surgida de las urnas. La inoperancia de los organismos internacionales, zancadillas de los gobiernos simpatizantes del régimen mediante, en corregir y asegura un mínimo soporte legal a la sociedad.
Predecir lo que ha pasado fue fácil. El resultado en Venezuela, el resultado de Venezuela es el que se podía esperar, con muchísima probabilidad. Lo que ha venido y vendrá después, sorprende más. Es impredecible.