Los espíritus soliviantados hacen fenotipia de su hervor, estimulados por creencias y sustentados por paradigmas largamente instaurados en el raciocinio de la masa y de los líderes pensantes. Ver un solo camino, una sola vía para lograr un fin es un asunto típico que a veces puede provocar solvencia y traer seguridad, pero dificulta la reacción ante los obstáculos o la iniciativa ante los desafíos.
En ocasiones – más de las deseadas – las bases presumidas de sólido hormigón tambalean ante la realidad sobreviniente, o ante las plomizas tormentas próximas, que pronto descargarán sobre la intemperie de la ignorancia o la desprevención. El cuerpo sanitario español está a las puertas de un cambio de tendencia, de la modificación del uso y costumbre.
Probablemente la situación económico-política del estado, luego de largos años de crisis, traerá la evolución a un nuevo modelo de relación de prestación de servicio que modificará la gestión sanitaria. Este proceso es consecuencia de factores que no viene al caso describir. Ni siquiera nombrar. Sólo está ocurriendo, ante la pasividad social y aún contra la voluntad del personal consciente. Un modelo de bastante éxito que parece agotarse por la falta de fe política en él. Además, los modelos alternativos puntuales muestran éxito y llaman la atención por sus resultados.
En simple resumen, el modelo tradicional se agota y no es alimentado, y los nuevos modelos exhiben triunfos resonantes que obnubilan y embelesan a aquellos que tienen el poder de decisión.
Bajo vientos salvajes, los activos humanos que sirven en el ámbito de la salud pública española ven con terror el advenimiento de este nuevo sistema, y luchan de manera poco efectiva contra la acción envolvente y expansiva de esta «plaga» que es la gestión privada de la salud.
Tal como reza el credo de los defensores del sanedrín sanitario, no se está contra la medicina privada, pero ahora se han dado cuenta de que la salud pública no es gratis. Sin embargo mantienen que la gestión económica debe ser facultad exclusiva del estado, aunque ésta gestión sea deficitaria, redundante e hipertrófica. Es probable que en un entorno ideal ajeno a la corrupción, el apalancamiento y la subjetividad, y pleno de honradez, objetividad y meritocracia, prospere, como lo ha hecho, un sistema de salud oportuno, igualitario y racional, que cubra a toda la población y permita el acceso correcto a la mejor opción de tratamiento siempre.
Este modelo requiere obviamente respaldo económico y no debería ser limitado ni corrompido por otros intereses sino más bien soportado y empujado por el del bien hacer. Desde la atalaya de los individuos y colectivos que intercambian esfuerzo y conocimiento por salario y crecimiento intelectual habría que hacer reflexión sobre las oportunidades que ofrecen los diferentes modelos en los que podrían verse sumergidos, hacia los que marchamos inevitablemente aunque ofrezcamos la resistencia de trincheras en la que queremos entrar.
¿De verdad nos importa tanto el «usuario»? ¿Somos un poco egoístas? ¿Pretendemos calidad? ¿Vemos opciones para nosotros en forma de incentivos económicos, formativos y sociales?
¿Pensamos como usuarios o como proveedores de un servicio? ¿No constituye una crisis la oportunidad de cambio y de mejora?
La sanidad privada o la privatización de la sanidad pública
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