La evolución de los servicios de urgencias ha permitido y obligado a la atención de pacientes cada vez más complejos y por tiempo cada vez más prolongado. Con frecuencia creciente los pacientes permanecen por lapsos mayores a los planificados o esperados en los servicios de urgencias. Esto implica, además de los habituales problemas atinentes a la logística insuficiente e inadecuada para pacientes que deberían estar en las salas de hospitalización o en la Unidad de Cuidados Intensivos, en contra de lo recomendado, el hecho de tener que entrar en comunicación recurrente entre el médico tratante y el paciente y su familiar.
El proceso comunicativo se ve mediatizado y afectado por el tiempo disponible, el tiempo dedicado, la cantidad de personal, la diversa complejidad de problemas atendidos, el acceso a las pruebas complementarias y el número variable de pacientes. Probablemente existan factores que escapan al alcance de la presente entrada y que seguramente serán tratados más adelante en otro post.
La comunicación es una parte fundamental de la atención integral del paciente, y debería tomar en cuenta las consecuencias que un claro conocimiento del problema que afecta al paciente, de sus consecuencias y pronóstico tendrá en la comprensión de las intervenciones que efectúa el personal médico ante ese y otros problemas.
Aunque el personal médico que atiende pacientes en urgencias está prevenido de que ofrecer una información veraz, correcta y suficiente al paciente y sus familiares es fundamental para el resultado del tratamiento, contemplado en su sentido más amplio y no solo como la administración de fármacos y medidas no farmacológicas, no obtiene evidencia que retroalimente su habilidad comunicacional para lograr su modificación positiva o negativa.
Para enfatizar más este punto, es probable que incluso los médicos piensen que la información ofrecida a familiares directos y pacientes sea suficientemente clara y no tenga que ser corregida o ampliada pues consideran que sus explicaciones, conclusiones, sugerencias o pronósticos han sido bien entendidos y permitirán la comprensión del problema por los receptores y, más importante, la toma de decisiones de manera informada.
Sería conveniente considerar si, incluso, toda la información que se ofrece y se vierte hacia los familiares, a veces en lenguaje coloquial, luego de un gran esfuerzo por traducir a términos llanos, a veces de la peor manera, en términos científicos incomprensibles, o menos asumibles por los legos, sobre lo que le pasa y pasará al paciente, es recogida y asimilada por individuos y grupos familiares cuando muchas veces comprender las implicaciones de la evolución de una patología o de un complejo patogénico es tan difícil para los profesionales.
Es evidente que aquí juega un papel fundamental la tendencia a la relación horizontal médico-paciente que se pregona y recomienda actualmente. El paso de la verticalidad a la horizontalidad sobre la que se insiste en las tendencias comunicacionales médico-paciente y médico-familiar no parece recordar que esta relación es asimétrica, obviando el escaso bagaje previo, el corto fundamento, la falta de información que tiene una persona que entra, en la situación de urgencias, de manera tangencial o perpendicular, pero de la que saldrá pronto.
De todas maneras, ¿Es necesario dar información extensa y amplia del problema, con todo detalle y sin reservas? La primera respuesta que viene es que sí, que toda información es necesaria, que todo dato que reciba el paciente y su familiar es útil para aclarar la situación, y que tanto el paciente como el familiar deben tomar decisiones basados en esta y otras informaciones, conocimientos, sentimientos y expectativas.
Esto no obsta que el equipo médico debe hacer el máximo esfuerzo por comunicarse con el familiar y con el paciente, pero también es cierto que debería matizarse, filtrarse, el tipo de información que se dá. Es posible que sea suficiente, y debería subrayarse la porción de la información en relación con situación y pronóstico, en especial este último factor, dado que aunque estudios diversos sugieran otra cosa, la realidad parece indicar que la información es filtrada, fragmentada y remodelada por el mismo paciente o por su familiar, lo que impedirá que la decisión tomada sea la de mayor conveniencia para el propio paciente y su entorno.