El síndrome Burn out o desgaste profesional

La evolución de la atención médica ha marcado un constante devenir de nuevos desafíos y mayores exigencias. La complejidad en la atención, la tecnología, la disponibilidad de herramientas diagnósticas y terapéuticas, la vigilancia y monitoreo permanente, tanto en su componente de supervisión como en el del demandante de esa atención, las frecuentes actualizaciones en los protocolos, pautas y esquemas terapéuticos, retan la estabilidad emocional de los profesionales.
Como personal calificado y especializado, el individuo que se dedica a la medicina por lo general está en búsqueda de la superación personal y del cumplimiento de expectativas y metas individuales y colectivas. La sensación de falta de logro, de ausencia de condiciones para la tarea para la que se está asignado, y que por otra parte se ha cumplido de manera solvente en tiempos previos, y la actitud despersonalizada, la frialdad y falta de empatía con el público al que se atiende es un fenómeno estudiado por largo tiempo.
El término «Burn out» (estar quemado) fue utilizado por primera vez en 1974 (Freudenberg) para referirse a los problemas en los servicios sociales. En la década de los ’80 se profundizó en su estudio.
El Burn out es la consecuencia de años de stress y tensión emocional y física sobre el individuo, y termina repercutiendo en la atención, en el caso de los médicos, a los pacientes. El estado de burn out provoca una conducta de desatención, de indiferencia y de descuido.
Es frecuente apreciar dejadez, falta de interés, actuaciones que podrían calificarse de negligentes, altas prematuras, irritabilidad y aburrimiento y reacciones inadecuadas, excesivas o incompletas, en más o en menos, ante los desafíos profesionales diarios.
El individuo posee mecanismos para afrontar las exigencias ambientales, tanto psíquicas como físicas, y de esa manera logra controlar y adaptar su organismo a los cambios continuos en su entorno. Las fallas en esos mecanismos, en sus respuestas, en las estrategias de control y enfrentamiento de obstáculos y pruebas diarias, conduce a respuestas inapropiadas, desproporcionadas, y actitudes negativas tanto hacia el entorno como hacia el propio individuo.
Si bien hay un claro componente atribuible al proceso perceptivo y adaptativo del individuo, la evolución constante del ambiente profesional, organizacional y social pone en esta evolución parte de la causalidad, o al menos responsabilidad de la aparición del fenómeno, o en este caso, del síndrome.
Es notorio que el desarrollo del síndrome, y así consta en su descripción, no tiene que ver tanto con la excesiva carga laboral cuantitativa sino cualitativa, y que las personas afectadas previamente eran muy motivadas y preparadas. Los individuos empiezan a disminuir su eficiencia y eficacia, a cometer errores, no se recuperan del cansancio físico y emocional, por otra parte injustificado, con los períodos de descanso contemplados.  Tampoco son capaces de encontrar motivación para el esfuerzo y desarrollo profesional.
Existe un cuadro de ausentismo mental, que alguna vez hemos experimentado. Aquel en el cual estamos pero no participamos en reuniones, nos desconectamos del entorno, de las tareas, y hacemos menos caso a los estímulos ambientales-profesionales. En el desarrollo del síndrome de desgaste profesional este estado de ausentismo mental se hace habitual.
Las fases de desarrollo del síndrome están bien descritas (Med Clin (Barc) 2002;119(13):495-6). El estado de burn out repercute claramente incluso en la relación con otros profesionales que forman parte del equipo de atención.
Es importante tomar en cuenta que hay áreas de trabajo en salud que son más propensas al desarrollo de este síndrome, tales como las unidades de cuidados intensivos o las Salas o Servicios de Urgencias. La susceptibilidad al mismo aumenta conforme aumentan los cambios organizativos y supuestamente innovadores en la gestión de los servicios. Probablemente haya un componente de reacción al cambio, pero también a la falta de consideración y cuidado al implementar las políticas de gestión y administración, que no toman en cuenta este factor tan importante, y la fragilidad del servicio como ente profesional, con su mayor propensión a estos desequilibrios y fenómenos. Los individuos que planifican e intentan cambiar los métodos y las líneas de acción en servicios tan «álgidos», deberían contemplar los desequilibrios que pueden producir sobre individuos y colectivos que ya trabajan en condiciones exigentes y en algunos casos al límite de sus demandas.