Eliminatorias del 2005 para el mundial de Alemania del año siguiente. Maracaibo en la noche, como la canción y las entradas compradas con antelación para el partido ante Brasil en el «Pachencho», que aún no había sido remodelado para la futura Copa América del 2007.
En Venezuela jugaban Arango, Rey y Morán, contra el Brasil de Ronaldinho y Ronaldo.
Terminó 2 a 5 pero eso fue lo de menos. No era nada extraordinario perder con Brasil así, aunque siempre había la esperanza de que una plantilla venezolana cada vez mejor en colectivo e individual, y más acoplada, trabajada y formada, pudiera tener por fin éxito ante un grande.
Significó una vergüenza vivir la absoluta violencia física que precedió al partido, así como la violencia moral y política que significó el comportamiento de las autoridades ante un partido de futbol tan importante.
El alcalde del Maracaibo (Di Martino), que disfrutaba de respaldo y respeto mostró esos días la verdadera estirpe de la que surgió, el verdadero material del que estaba hecho, la real extracción política que lo llevó a la Alcaldía.
No valieron las entradas adquiridas o la asistencia en plan familiar al estadio. Hubo violencia en la entrada a las tribunas, en los espacios circundantes en los que se presentó incluso un tiroteo y hubo heridos de bala.
Violencia por la reventa y sobreventa de entradas, que provocó el desbordamiento del aforo del estadio ante la mirada impasible de los organizadores, del propio alcalde y de la FIFA. Apretujados, expuestos al riesgo de una estampida, de una avalancha, de una catástrofe que provocaría una desgracia.
La violencia política que significó el descarado apoyo del alcalde y de la población a ese Brasil, formado por los más grandes jugadores del mundo en esa década, y que se manifestó en el reparto de camisetas verdeamarillas y otras mitad amarillas, mitad vinotinto, así como la disposición de un gran cartelón en la cima de la curva norte en la que se daba la bienvenida a la selección de Brasil.
Un acto de irresponsabilidad que he recordado hoy cuando la violencia se ha hecho presente en forma de reyerta en la previa del partido Atlético de Madrid – Deportivo de La Coruña, que ha provocado un muerto.
La batalla en Madrid
La batalla ocurrida en la ribera del Manzanares fue totalmente premeditada, planificada y convocada por los llamados «ultras», seguidores acérrimos de los clubes. Estos grupos componentes de la «cultura» futbolística mundial apoyados absolutamente por los propios clubes como instituciones, responsables de su manutención, soporte, promoción y patrocinio, constituyen en definitiva una tumor maligno en la organización futbolística que deberá ser extirpado.
Son formados por individuos inconscientes, confundidos y carentes de la formación y del sustento ético, moral y educativo que permiten apreciar la vida, considerar el riesgo y respetar el espacio personal ajeno.
Ven el fútbol como una excusa para exteriorizar la violencia tribal primitiva.
Los clubes, equipos, «instituciones», pretenden con su promoción y apoyo, mostrar rasgos de fortaleza hacia sus rivales, sembrando el temor tanto fuera como dentro del campo. Es parte de la historia del futbol en cualquier torneo en la mayoría de los países.
Es lo que explica que los clubes promuevan, apoyen, patrocinen y faciliten la presencia de estos grupos, que en Europa se llaman «ultras» y en América, «barras (bravas)«. Los clubes prestan sus instalaciones, otorgan áreas, donan espacios en las gradas para su ubicación estratégica cerca de los contrarios, y en las sedes para reuniones y para guardar el «material de animación», material que por otra parte un aficionado cualquiera tiene prohibido introducir al estadio.
La hipocresía de los administradores, presidentes, dirigentes, políticos, permite la proliferación y crecimiento de este tumor maligno. Sólo el compromiso y la acción directa contra los grupos ultras o barras bravas podrá execrar esta enfermedad y sanear el fútbol para que vuelva a ser un evento que merezca ser visto y apreciado por lo que es.