Un árbitro se puede cargar un partido es una máxima del futbol, corolario de cualquier otra que tenga que ver con tendencias, manipulaciones, manejos turbios, maletines o barras bravas. Decir eso implica aceptar que un árbitro puede acomodarlo, de la forma en que se quiera interpretar esa palabra, sin desmedro de ninguna de las acepciones de este vocablo.
Se sabe, se acepta, se asume y se tira con ello adelante. Es una verdad aplastante que desbarata toda intención reformadora implicita en un planteamiento táctico o en una actitud del equipo ante el partido a afrontar. No tiene qué ver con las condiciones del terreno, el pasto, la grada, la furibundez del público o la apatía del soberano. No hay factor climático que cambie esto, como no hay evento político que pueda distorsionar este dogma.
Todo está en el individuo, todo depende de la persona vestida de corto, sea su camisa amarilla, naranja, roja, azul o la tradicional negra, que lleva un silbato en una mano y el cronómetro en la otra. Así esta establecido desde el principio de los tiempos. No ha habido medida, directriz, mandato o norma que haya cambiado eso ni que pretenda cambiarlo.
Es una filosofía propia y absoluta de los sumos sacerdotes, de la etérea ley que rige la competición, que no es la establecida por FIFA, UEFA o Conmebol. Por el contrario, es un dogma en rango de fé. Ha resistido los intentos vanos de modernización y racionalización, las rebeliones, las cruzadas, los alzamientos, los dislates, los gritos, las campañas o las malcriadeces. Se mantiene impertérrita a pesar del avance tecnológico y las capitulaciones de otros deportes.
La decisión, la justicia, el veredicto son temas de uno solo e indisoluble, implacable y tenaz, a pesar de estar asistido por 2, 3 y hasta 4 que fueron y serán como él, por lo que compartirán sus razones y fallos, sin admitir ni corregir el error, que por definición no existe.
Un árbitro se puede cargar un partido o puede acomodarlo, de buenas o malas maneras, sin temblor, sin temor, sin fragilidad de juicio ni gelatinidad en el mazo de su particular tribunal. Aún con equipos equilibrados, compensados, equiparables, el resultado y el desarrollo del partido puede derivar en una clara tendencia sólo por el punto de vista de un individuo. No importan la tradición, la confianza o la historia. Importan menos la preparación, la habilidad o la maestría.
A pesar de su posición de gran juez, el árbitro es un humano que toma decisiones en escasas particulas de un segundo, bajo el escrutinio de un espectro que va desde el mínimo grupo de al menos 22 personas bajo su mando, hasta la mirada de 100 mil, un millón o mil millones de personas, en una ciénaga de posibles intentos de trucos y engaños, sin capacidad para rectificar. El destino de un partido, de un torneo, de 4 años, puede depender de un silbato de más o de su ausencia.
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