Una persona que conozco con la que compartía profesión nos ha dejado de manera trágica haciendo lo que le apasionaba. Practicaba ciclismo con la fe del aficionado genuino e inmaculado, con las ganas de gastar kilómetros y probablemente seguir la estela de sus ídolos.
Una mañana terrible un camión sirvió de arma destructora de una vida y una familia, que al final viene a ser lo mismo. Como ha pasado muchas veces, y como muchas veces hemos lamentado aun sin conocer a la víctima, a esa persona que está haciendo cosas buenas, cosas elevadas, para quienes la providencia parece no tener consideración, le viene una fatalidad sin buscarla.
Hoy sigo penando y pensando en Lucho, el doctor Quiroz, a quien tenía muchísimos años sin ver separados por la distancia y por la divergencia de derroteros diferentes.
Pienso en los caminos de la vida, en las fatalidades que trastornan la vida de San Cristóbal, ciudad a la que me siento unido por mis orígenes, y porque mi familia cercana sigue allí. Tengo la convicción de que es una región que ha dado mucho y puede dar mucho más en el rumbo de proporcionar felicidad y bienestar a sus habitantes. Conocer otras tierras en Venezuela y el exterior me ha demostrado que nuestra tierra era de enorme valía y podría seguir siéndolo, pero necesita muchísimo esfuerzo de recuperación.
Lo que le ha pasado a Lucho nos afecta a muchos, porque nuestra gente está expuesta al peligro de una sociedad anárquica y alienada, crispada y contaminada, fuente de grandes faenas y de grandes personas, de transformaciones locales y sobre todo, de engrandecimiento del país al que pertenece el Táchira, sin pedir nada y sin recibir nada a cambio, más que el abandono y desdén del centro.
Pero también el deterioro social se ha asentado y parece consolidarse, como en el resto del país, produciendo situaciones que pasarían por surrealistas para cualquier desprevenido, pero que pertenecen al mundo absolutamente real.
Lo que le pasó a Lucho es resultado de la exposición exacerbada al riesgo permanente y aumentado de sufrir en la calle lo que debería ser un evento infrecuente y raro en un país o una ciudad decente.
Pero no existe esa ciudad decente. Ese es el problema, el grave problema que sufre Venezuela. La miseria humana, la ausencia de respeto ciudadano, la corrupción absoluta.
Es necesario reconocer el problema y empezar a corregirlo desde ahora. Mañana será tarde.
Iniciar cambios pequeños, que parecen insignificantes, pero en conjunto tendrán un efecto potenciador y exponencial. Habrá mucha resistencia, será difícil, pero probablemente servirá para cambiar.
Quizás empezar por hacer una ciudad amigable, en la que el peatón se sienta cómodo, en la que el ciclista pueda circular seguro. Una ciudad en la que se respete los pasos de peatones, los semáforos y existan carriles para bicicletas o ciclovías. Esas que debe tener la capital del ciclismo.
Es el mejor homenaje a las víctimas de atropellos, físicos y morales, y sería el principio del cambio, en San Cristóbal, el Táchira y Venezuela.
Y así lograremos la verdadera salida.