A cuenta de la entrada de ayer, de la conmemoración de esa fecha histórica para el fútbol venezolano, y con la distancia temporal de por medio, un lapso de 29 años permite sacar conclusiones y explicar cosas.
Ver ambos videos me permitió entender muchas cosas que en el fragor juvenil y fanático no veíamos en 1985.
Era tal el deseo de que Venezuela fuera al mundial, que daba para pensar que ese mundial de México podría ser el del debut mundialista, que la preparación había sido suficiente, que el grupo que nos había tocado no era tan duro al final pues tanto Perú como Colombia eran rivales de escasa ventaja respecto a nosotros, que de nuestro grupo clasificaban 3, así que estando Argentina bastaba ser tercero, que ya después en la repesca nos apañaríamos contra Paraguay, Chile y Colombia o Perú, y que la base de la selección, Táchira y Marítimo, estaban haciendo las cosas bastante bien tanto en el torneo nacional como en la Libertadores, y se tenía los mejores jugadores de la historia de Venezuela, con Perdón de «Mendocita».
Lamentablemente, como ocurrió en las eliminatorias posteriores, nos hundimos en nuestra propia subestimación del potencial real, en nuestra propia sobrestimación de nuestras posibilidades, y en la ciénaga de los errores casi infantiles cometidos en grupo o a título individual.
Basta ver el comportamiento del equipo en los tiros libres. De qué otra forma nos iba a marcar Argentina, teniendo a Pasarella, a Maradona, etc. Sustos dimos a los prepotentes argentinos futuros campeones y con el mejor jugador del mundo. Sustos le dimos al portero campeón de 1978.
Pero qué clase de portero era Baena. Qué hacía en la portería de la selección, cuando todos los que seguíamos el fútbol venezolano sabíamos que él no era la mejor opción. Lo sabíamos y sin embargo apoyamos a la selección en Pueblo Nuevo y desde cualquier punto del mundo. A pesar del disparo de aviso de Añor, del golazo de René Torres, y del gol de Hebert Márquez, quien era un nueve nueve – después iría al Marítimo de Funchal de la Liga Portuguesa – los errores defensivos nos hundieron.
Que alguien me explique cómo es que Baena no fue capaz de parar el tiro libre de Maradona del primer gol. Un auténtico «chorro de pus» y sin embargo entró. Sólo hubiera sido peor si le hubiera pasado por debajo del cuerpo. No me salgan ahora conque «picó delante y cogió más velocidad». Era parable. Pero bueno, aceptemos que el gol era imparable, como imparable sí fue el segundo de Argentina a tiro de Pasarella. Prácticamente un penal, porque la puerta que dejó Baena no era un pequeño espacio. Era un portón totalmente abierto. Cuando se ve el tiro en la repetición en la toma frontal ¿Qué hace la barrera a la izquierda de la pelota? ¿Qué hace Baena en el centro de la portería? Hay por lo menos 3,5 metros entre Baena y el bajante izquierdo. Fue un juego de niños para Pasarella quien seguro no se podía creer la facilidad que le dieron para meter su gol.
Por esas razones básicas, esos errores de principiante es que no íbamos a ningún mundial. Porque es un tema de organización, amiguismo, influencias, palancas y enchufes. Jugadores palanqueados que no deberían estar y otros de mejor calidad que no estaban en la selección por temas de «quítame esta paja». Así no se podía y así no se puede.
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Del Polideportivo al Templo
En 1979, Venezuela jugó la Copa América contra Chile y Colombia. Eran tiempos extraños, pues el fútbol profesional venezolano era casi clandestino, como lo seguiría siendo bien entrados los años 80, aun con las tímidas incursiones de Venezolana de Televisión, cuando aún no era un canal estatal y no lo que es ahora.
Recientemente se había terminado el Polideportivo de Pueblo Nuevo y el Deportivo Táchira lograba ese mismo año su primer título nacional.
Por supuesto, el fútbol era efervescencia pura en nuestra región con ese logro, luego de 5 años de tránsito en la primera división de Venezuela, y nuestros héroes eran Ferrari, Griego, y compañía. No era fácil para un niño de 12 años irse solo al estadio, pero tampoco se le ocurría a ese muchacho decirle a sus padres que lo llevaran o lo acompañaran, así que la radio fue su refugio, haciendo volar la imaginación oyendo cómo Venezuela, en noches de miércoles, lograba empatar con Colombia a 0 y con Chile a 1. En la vuelta en Bogotá y Santiago caeríamos goleados, como siempre, como era siempre nuestro destino.
La copa se jugaba en grupos de 3, sólo sudamericanos, y el campeón de la edición anterior entraba a competir cuando terminaba esta primera fase y ya estarían clasificados los primeros de cada grupo. Idealizaba la posibilidad de que la vinotinto, que todavía no la llamábamos así, hubiera jugado a un gran nivel, sabiendo que nuestro fútbol, en la práctica semiprofesional, no daba sino para «garra», pundonor o, lo que es lo mismo, patadones de despeje y a las piernas que se atravesaran. De ahí a que René Torres, por ejemplo, le fracturara la tibia a Fernando Morena pasaron unos años, pero era el mismo estilo, para llamarlo de algún modo, de nuestra selección.
Era verdadero amor el que sentíamos por la selección, cuando nadie más en todo el país tenía idea de que la Copa América se estaba jugando, o de que existiera siquiera ese torneo, aún cuando una de sus finales se había jugado en el Estadio Olímpico, justo en 1975 entre Colombia y Perú. El fútbol en Venezuela era cosa de románticos, de italianos, españoles y portugueses o de ecuatorianos y colombianos entre los cuales nos metían a los gochos (tachirenses): «A esos les gusta el fútbol porque son casi colombianos, o porque viven al lado de Colombia». Porque para el resto de Venezuela el fútbol era algo que sólo se jugaba cada 4 años, por Brasil, Italia, Alemania y «el resto del mundo», y por su puesto, no existíamos.
Igual sí supe que esa Copa América la ganó Paraguay. Igual ese gran año nuestro Deportivo Táchira se hizo campeón de Venezuela por primera vez. El Polideportivo de Pueblo Nuevo existía y eso era suficiente para dormir tranquilo y soñar.