Cuando todos, otra vez, pensábamos que esta sí sería la oportunidad de pasar de ronda y trascender en la Libertadores, nos dimos de nariz contra el muro de la realidad.
No parece haber forma, en las condiciones actuales, de garantizar una participación respetable en este torneo continental.
La actuación de los clubes venezolanos no hace sino reafirmar la consideración de menor categoría que nos endilgan en el resto de subcontinente, y del mundo.
A pesar de las grandes actuaciones, ya no tan sorpresivas, de la selección mayor vinotinto, nuestros equipos representativos, los campeones y subcampeones de los reñidos torneos locales no dan la talla.
De nada sirve que la afición en pleno apoye. Que Pueblo Nuevo se llene y grite al unísono, que haya barras y cánticos alentadores. La lluvia de goles sobre Táchira, Mineros y Zamora ha sido este año particularmente torrencial.
Parece que hubiéramos retrocedido años. Una especie de «Volver al futuro» de nuestro fútbol, pero de la segunda parte de esa mítica zaga, cuando un pequeño detalle modificó la línea del tiempo y todo el futuro-presente se torció para mal.
La selección en el puesto 89 del ranquing FIFA, de manera estrepitosa, aparentemente sin haber perdido tanto mérito como esa clasificación injusta parece demostrar. Los equipos de más tradición en Venezuela, de más organización y mejor dotados, arrastrados por los suelos por equipos que ni siquiera son de primera línea en Sudamérica.
No se ha jugado con Palmeiras, con Corintians, con River. Lo de Cerro fue simplemente una ilusión. Bueno, Zamora sí jugo con Boca y Mineros con Cruzeiro, pero eso no constituye excusa alguna.
Los grupos realmente parecían superables. La falla probablemente esté en el trabajo, o en la idoneidad de los directores y cuerpo técnico para afrontar empresas más complejas que el devaluado campeonato local.