En los 80′ nuestro Táchira se paseaba por los estadios del país sembrando temor y respeto. Un poquito de envidia también. Eras los tiempos de William Méndez, Miguel Oswaldo, Socarrás, «Coco» Arroyo, y Francovig, Laureano y Maldonado. Un equipazo desde la portería hasta el 9.
El resto de equipos de la liga se frotaban las manos porque además de respeto y miedo, el Táchira les ofrecía una jugosa entrada en cada visita, en términos monetarios. Aunque no consta ni era tema principal en esa época, se notaba la satisfacción por la visita del Deportivo o Unión Atlético Táchira, el carrusel aurinegro, en cada plaza del torneo. Desde Margarita hasta Coro, pasando por Cumaná o Puerto Ordaz, Táchira arrastraba gente. Tanto los gochos desperdigados por toda Venezuela como los aficionados locales que querían ver un equipo que de verdad jugaba bien.
Táchira era «el equipo de Venezuela». En San Cristóbal se jugaba futbol sobre otros parámetros diferentes a la marginalidad e inopia que se vivía en el resto del país. La marginalidad no era principalmente económica, que también la había y en bruto, sino socio-cultural. El fútbol venezolano estaba arrojado a los rincones polvorientos y olvidados de las páginas interiores de algún periódico de alcance nacional. Alguna radio se aventuraba, sobre todo en Guayana, pero el gran peso consolidado estaba en Mérida y San Cristóbal.
Ya he comentado antes lo que era el futbol venezolano para la televisión nacional. Por no contar, no mencionaban ni siquiera los resultados de los partidos.
El fútbol venezolano era un fantasma a pesar de que era y es el deporte más practicado en el país, desde hacía muchos años, aún antes del beisbol y a pesar del mismo. Esta es una verdad demostrable estadística, demográfica y culturalmente. En amplias regiones de Venezuela prevalece el futbol sobre el beisbol. Sin denostar de este último, del cual somos muchos los aficionados fervientes entre los que preferimos al fútbol en primer lugar, está claro que la liga venezolana de beisbol es un ente restrictivo, selecto, pequeño y dependiente absolutamente de una liga de mayor envergadura, al punto de que ésta es la que dispone de los participantes determinando su devenir deportivo. La LVBP termina siendo una confederación híbrida en la que comparten grandesligas venidos a menos, novatos, triple A, clase A «suave», e inclasificables pues ya no tienen acceso a la organización MLB. El peso mediático y publicitario sin embargo lo tuvo el beisbol durante mucho tiempo hasta la explosión del futbol a finales de los 90.
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Carlos Julio Acevedo
En los años 80 empecé a ir con asiduidad al fútbol en Pueblo Nuevo, el magno estadio del fútbol venezolano, el templo sagrado. Ahora es profanado con más frecuencia de la deseada, y tampoco es el más grande del país. En Maturín, no se sabe porqué, para la Copa América del 2007 se construyó el Monumental, con capacidad para más de 50 mil, que vaya uno a saber cuándo lo llenarán. Digo que no se sabe porqué, dado que si bien oriente tiene mucha afición al fútbol, Maturín no es la ciudad más poblada de esa región. Tiene casi 500 mil habitantes, y el Monagas SC, el equipo profesional de la ciudad ni siquiera está en primera división.
Como decía, comencé mi asistencia a Pueblo Nuevo de la mano de un gran amigo de mi casa, Fabio Ramírez (luego diputado a la Asamblea Legislativa del Estado Táchira) quien tenía incluso ciertas influencias como para pasar al área de vestuarios, o la zona bajo Tribuna Principal, lo que me permitió ver de cerca a los jugadores, así como a las personalidades y el maravilloso gramado del estadio, el mejor del país en ese momento. El único en el que se podía jugar de verdad en toda Venezuela. El hermano de Fabio, Gerardo «catire» Ramírez era el técnico de sonido y comunicaciones de Radio Táchira para el fútbol por lo que trabajaba de la mano con Manolo y Jairo.
Una vez fuimos a ver al Táchira contra el Deportivo Galicia, ese que formaba parte del trío de equipos de colonias que en los 80 completaban la Liga. Los otros dos equipos eran el Deportivo Portugués y el Deportivo Italia. Lo ví desde la tribuna principal original, mucho más pequeña que la de ahora, pero igualmente techada. En el centro de esta tribuna, que era la occidental del estadio, tal como es ahora, habían sillas sobre el concreto que servía de asiento al resto de los asistentes. Era el sector central que servía como palco, de acceso restringido para personalidades. El resto, aunque pagábamos más que en popular, nos sentábamos directamente en el cemento o en algún cojincito que se llevaba para la ocasión. Eso sí, no nos daba el sol y nos mojábamos mucho menos. Después ya empecé a ir a Popular y ahí era otra historia.
Táchira tenía un centrodelantero que era un tanque. Un tipo hábil y de gran fortaleza que yo suponía era uruguayo pero que en algún blog se ha mencionado como argentino. Yo sigo pensando que era uruguayo como lo afirman en este otro blog. Era Carlos Julio Acevedo, un hombre rápido y temido por las defensas del resto de los equipos. Tenía el fenotipo de esos futbolistas del sur de finales de los 70 y principios de los 80, con el pelo liso y largo, un tórax ancho, al que sólo le faltaba una bandana, o como dicen los argentinos, una vincha. Parecía más un jugador de rugby que de fútbol. Por ese mismo blog me enteré que después jugó en el Deportivo Independiente Medellín, de la primera división de Colombia, lo que para mí significa mucho porque indica que era un tipo de calidad que podía ir a un torneo de muchísimo mayor nivel que el nuestro. Eran los tiempos en que no había internet, y a pesar de la cercanía con Colombia la información llegaba escueta. Siempre creí que Acevedo se había ido al Cruz Azul mejicano, o así se había mencionado en la prensa o radio local. En la imagen que sigue aparece agachado de segundo de izquierda a derecha, justo al lado de otro gran jugador que vino al Táchira, Carlos «La fiera» Gutiérrez, quien estuvo en aquel Táchira que vistió de auriverde.
De ese partido contra el Galicia recuerdo claramente – hablamos de hace 30 años – el uniforme blanco de ese equipo con la banda celeste diagonal de hombro a cintura. Era un partido de las 4:30 pm, la hora oficial del fútbol en Venezuela en esa época. Nuestro Táchira jugaba con su uniforme aurinegro. Pero además quedó en mi retina un lance en el que a un centro desde la derecha Carlos Julio salta hacia adelante desde el punto penal y cabecea casi en palomita, pero intenta colocar tanto la pelota que terminó enviándola por fuera. Siempre he tenido la impresión de que quiso adornarse tanto en el cabezazo, porque el centro era tan perfecto que la dirigió demasiado ancha al segundo palo. Un frentazo de manual que no terminó en gol.
Ese partido terminó empatado, no recuerdo si 1 a 1 o 0 a 0. Un poco decepcionante porque esperábamos un triunfo seguro