Panenka

Panenka, checoslovaco de cuando existía la exitosa selección que ganó una Eurocopa. Aquella maravillosa selección que sorprendentemente ganó a Alemania en la final de 1976.

Antonin Panenka hizo carrera profesional en Austria. En aquella época los futbolistas de los países situados detrás de la Cortina de Hierro, solo podían salir contratados a otros países luego de cierta edad. En consecuencia muchos jugadores como Deyna o Lato ya llegaban veteranos a las grandes ligas europeas, si es que llegaban.

Eran tiempos de fronteras, guerra fría, deporte «aficionado» o «amateur» en la órbita soviética e inexistencia de Unión Europea, espacio Schengen y libre circulación y contratación. Bosman todavía no había aparecido por los tribunales. Las federaciones y ligas, recelosas, solo permitían un máximo de 2 extranjeros por equipo profesional. Así que las oportunidades eran pocas y la competencia era intensa. También la calidad de los extranjeros era máxima.

Hoy Panenka es el presidente del club Bohemians 1905. Hay una revista de futbol llamada Panenka. Una tienda online.

Sin embargo su nombre es famoso y está ligado a una jugada curiosa y cada vez más vista en los campos de futbol del mundo.

En la mencionada final de la Eurocopa en Belgrado, Alemania y Checoslovaquia (aún no se había separado en República Checa y Eslovaquia) llegaron empatados a 2 al final de 120 minutos intensos (90 minutos más prorroga). La definición tenía que ser mediante tiros desde el punto penal.

Alemania era la reinante campeona del mundo. Una potencia pocas veces vista, con figuras como Beckenbauer, Hoeness, Müller y el magnífico portero Sepp Maier. Habían vencido en la final de Munich (Alemania) en 1974 a la naranja mecánica de Johann Cruyf, la máxima exponente del fútbol total. Checoslovaquia, por su parte, no era ninguna potencia futbolística, si bien alguna cosa había hecho al llegar a la final en Chile 62.

Los disparos desde el punto de penal, esa injusta lotería definitiva se dieron de manera sucesiva y alterna, con anotaciones de ambos equipos. Entonces Uli Hoeness, uno de sus grandes, pateó incomprensiblemente a las nubes. El balón pasó a más de un metro sobre el travesaño de la portería. Si Checoslovaquia anotaba su tiro, sería campeona de Europa.

Antonin Panenka cogió el balón, lo puso en el punto penal, y retrocedió para coger carrera. Maier, parado sobre la línea de meta, balanceaba sus brazos de un lado a otro. Algunos porteros pensaban que de esta manera inducirían al tirador a disparar hacia donde se desplazaran los brazos. Panenka corrió hacia el balón. No lo había tocado cuando Maier ya estaba lanzado hacia su izquierda, sin imaginar lo que haría Panenka. A pesar del impulso, un toque sutil de último momento levantó el balón en una parábola lenta por todo el centro hasta la red. Un toque que hizo historia y será historia. Un atrevimiento y una genialidad. Un gran riesgo al mismo tiempo.

Desde entonces a esa forma de tirar un penal se le llama Panenka. Cada vez lo vemos más frecuentemente en los campos de futbol. Un recurso innecesario y a veces irrespetuoso. Una forma de cobrar una pena que implica un gran riesgo. Basta que el portero se quede parado, que espere el tiro para lanzarse, o que haga un gesto menos enérgico a la hora de tirarse, para que pueda recuperar la posición y detener fácilmente un disparo que tiene que ser gol. Es que por eso se llama «pena máxima«. Es el máximo castigo que otorga toda la ventaja al equipo atacante para concretar el gol, lo que antes fue impedido por una falta o por una mano.

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La sorpresa inicial de un disparo de esas características, seguida de la perplejidad, subraya la gran ventaja que envuelve y respalda al ejecutor en un cobro de penal. La escasa distancia de apenas 11 metros, el tamaño de la portería – son casi 18 metros cuadrados – para un portero que pocas veces sobrepasa los 2 metros de altura, la distancia desde el centro de la portería hasta la raíz de cada palo – si medimos desde el pie más cercano a cada palo serían aproximadamente 3,3 metros – sin medir la distancia hasta los ángulos, la famosa escuadra, y la velocidad del balón, por muchos reflejos, por mucha capacidad de reacción, explican la afirmación que reza que un penalti parado es un penalti mal tirado.

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Lanzar un Panenka no es más que una chulería, una burla y un irrespeto. No constituye ninguna genialidad. Es solamente un recurso bajo, camorrero, para una situación en franca ventaja, que trastoca la ética y subvierte la limpieza necesaria en un deporte necesitado de acciones correctas y diáfanas. Una jugada que puede salir muy mal, totalmente innecesaria, y que solo induce a regocijo sin mayor efectividad que la que da tirar un penal bien colocado, correctamente dirigido.

He llegado a afirmar que si yo fuera técnico y un jugador a mis órdenes tira un Panenka, lo saco inmediatamente del partido por su falta de solidaridad y respeto al rival. No hay ninguna necesidad de mofarse ni pisar al contrario cuando está figuradamente en el suelo. Cuando todas las ventajas son para el beneficiado de la pena máxima y todo el castigo es para el infractor.

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