Futbolistas quisquillosos

Lo quisquillosos que se han vuelto los futbolistas.

Antes, en no tan lejano pasado, podían jugar en cualquier campo. Era incluso una señal identitaria, una característica evidente, un rasgo diferenciador, el estado y evolución del terreno de juego que servía de sede de cualquier club.

El Ataturk era una caldera. La Bombonera de Boca, el Monumental de Núñez, Wembley, Defensores del Chaco, Maracaná o el Estadio de Vallecas, cada uno tiene sus características particulares. Tamaño del rectángulo, cesped, tribunas, vestuarios.

Los partidos en Gran Bretaña tienen la particularidad de ocurrir, en su mayoría, o al menos con mucha frecuencia, bajo la lluvia. En el norte de Europa la grama se congela, el terreno se pone duro, o la propia lluvia reblandece el suelo.

Sin embargo ahora las quejas se multiplican. Las excusas proliferan entre jugadores, periodistas y comentaristas, analistas y directores técnicos.

Todo el tiempo estamos oyendo durante las transmisiones por radio y TV, en las crónicas de los partidos, explicaciones basadas en el estado del campo.

«No se ha regado», «no se ha regado suficiente», «se regó demasiado», «la lluvia ablandó el terreno», «está muy seco», «hace viento». Como si en los 150 años que tiene el futbol como deporte, no se hubiera jugado en poco más que potreros, barro, peladeros, o arenales.

Más jugar y menos excusas.

No pueden ser tan quisquillosos, tan susceptibles. «Es que sufren los aductores porque el terreno está muy blando porque ha llovido». Esta fue la explicación más reciente, la que oí hoy durante el partido del Eibar y el Sevilla.

Se han vuelto demasiado sensibles a estos detalles. Sobre todo cuando la tecnología de drenajes, cultivo de césped, y perfeccionamiento del terreno, ha hecho que se juegue prácticamente sobre una alfombra.

La cosa cansa.

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