Escribo esto cuando está a punto de comenzar el que considero el partido más importante de la historia futbolística de Venezuela. El encuentro contra Uruguay marcará, si el resultado es favorable, un punto de inflexión en la evolución del fútbol y del deporte venezolano.
Hoy hay posibilidades ciertas de ir a una fase final de la Copa del Mundo de Fútbol, o sea, la Fifa World Cup, a la que nunca hemos ido. Ni siquiera porque haya sido esquiva. Aunque estuvimos cerca en los dos pre-mundiales anterirores, puntos perdidos en casa nos terminaron dejando claramente fuera.
Si ganamos hoy, nos pondremos en el grupo ganador o al menos no lo dejaremos alejarse. Ese grupo que clasifica directo, sin repechages ni nada. Sin tener que depender después de dos partidos con una selección de quién sabe donde. No, esto sería directo.
Se que faltan todavía al menos 3 partidos luego de este de hoy. Pero es tan importante para lograr confianza, solidez, poder y presencia en el ámbito futbolístico, que pasar el trago amargo de Chile en Santiago nos permitirá después recibir en casa a dos selecciones, Perú y Paraguay, que ya no estarán buscando nada y entonces serán puntos más asequibles. Casi podríamos contar con esos 6 puntos, que sumados a los 19 que alcanzaríamos hoy nos pondrían prácticamente en la clasificación. No quiero imaginar lo que pasaría si además arrancáramos puntos en Santiago como ya se ha logrado antes.
Venticinco puntos es la cifra que necesitamos. Es el puntaje con el que se ha clasificado en las eliminatorias anteriores.
Lo más importante es que es francamente posible. ¡Es posible!
Desde la época de la Copa América del 79 he dicho eso y siempre la realidad me ha despertado en las marismas de la derrota humillante y el fracaso total.
Viví como aficionado el proceso del 81 con la derrota ante Brasil por 1 a 0 en el Olímpico. Luego buscando la clasificación a México 86, el proceso de Cata Roque con la sede en San Cristóbal y aquella gran generación de William Méndez, Laureano, Nelson Carrero, Pedro Febles. La derrota ante Argentina en Pueblo Nuevo supo a gloria cuando Torres le metió aquella centella a Fillol desde la derecha (Ni la vió).
Vendría después la eliminatoria aquella del 89, buscando ir a Estados Unidos, cuando aún era por grupos y nos tocó Brasil, Paraguay y Chile. Todos los partidos perdidos, otra vez, y ni siquiera una buena actuación de local. Fue una de las eliminatorias en que un empresario, narrador popular de TV, montó la sede en el Brígido Iriarte, que requirió una tribuna suplementaria en la curva norte y Brasil parecía jugar en su casa por el comportamiento del público.
En la eliminatoria siguiente, la de Estados Unidos, la moda era un técnico yugoslavo, que le había funcionado a Ecuador. El famoso Ratomir, que luego sí dirigió en un mundial no pudo con la indisciplina y la revolución que intentaba, metiendo a jugar jóvenes con la idea de un proceso a largo plazo. Lo lamentable fueron las goleadas que nos metió Bolivia en Puerto Ordaz (ilusos eramos pensando que los bolivianos se «quemarían» en el calor de la ciudad del hierro) y en La Paz. Ese año clasificó Bolivia a su primer mundial.
Para 1998, se instituyó la «liguilla» sudamericana. El todos contra todos como hasta ahora. Ahí quedamos de últimos pero el proceso empezaba. El que nos trajo hasta aquí. Ahora.