Esperando la sedimentación propia del paso del tiempo ante la efervescencia, la expresión debe ser de felicidad general, aunque seguramente no unánime. Goleada y satisfacción, una detrás de la otra. Sentimientos positivos y optimismo. Sólo es un partido pero es la demostración de que se puede.
Claro, es como en los mejores tiempos, en la época dorada en la que el templo se respetaba en toda Venezuela. Salir de Pueblo Nuevo con el agradable sabor, con la placidez y la euforia del triunfo, de haber ganado con creces, de establecer las cosas y henchir el pecho con el brebaje de la victoria, que pasa fresquito y calmante entre pectorales y dorso.
Seguramente vendrán derrotas. Lo que pasa es que ganar así es mostrar categoría, es mostrar autoridad. No es un triunfo mezquino, o una victoria pírrica, de esas en las que se pierde más de lo que se gana, o de aquellas en las que se alcanza la ganancia a cuesta de carambolas, errores arbitrales o el azar. No parece de esos triunfos en los que cualquiera mereció ganar, o perder.
Sin duda los partidos previos son demostración de inestabilidad, pero que este equipo que viene de ser goleado por un equipo de Ecuador, que viene de empatar en Yaracuy, o de salir cabizbajo del primer acto de este apertura, salga con un 3 a 0 impreso en el tablero como triunfo, es reconfortante.
Pueblo Nuevo se merece eso y más. Se merece un equipo fuerte, poderoso, que sea capaz de hacerse dominante e imbatible, no porque su afición sea guerrera, violenta y gamberra, sino porque su futbol sea la sincronía y continuidad, la estabilidad y la solidez, la densidad y la ligereza que todos deseamos ver.
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