Desde comienzos de siglo el dominio del Deportivo Táchira no ha sido el mismo. El Caracas FC surgió como potencia, a nuestro pesar, y empezó a dominar dando lugar a la gran rivalidad que puede palparse entre el fútbol de los Andes y el del Caracas. No podemos hablar por regiones porque equipos como Italia o Galicia antes, y Deportivo Petare ahora no portan galones suficientes para ser considerados.
Lo que era el templo sagrado del fútbol nacional, el glorioso Polideportivo de Pueblo Nuevo, fue «profanado» varias veces por equipos cuyos jugadores y directivos nunca hubieran pensado aunque sí soñado hacerlo.
Ir a Pueblo Nuevo era visitar otro país. San Cristóbal era el paraíso futbolístico, donde los sueños del mundo del fútbol se cumplían, donde respirabas realmente balompié. Incluso más que en cualquier ciudad de Europa, tanto como en Colombia, pero con una virtud: No existía violencia ni influencias económicas oscuras. Era un territorio futbolístico genuino en el que la rivalidad, la preparación del partido, los comentarios de los múltiples programas deportivos se basaban en lo futbolístico.
Era la época en la que te podías molestar con lo que dijera Manolo Dávila, el sumo sacerdote de las ondas, pero seguías oyendo su programa para que hirviera la hiel. Podías reírte del esfuerzo de Jairo Adolfo para parecerse al Dr. Vélez, ¿o era Vélez el que se parecía a Jairo?
No había enfrentamientos. Podía haber alguna pelea en la popular, o incluso en la principal, pero ni siquiera era necesaria la intervención policial porque las cosas se resolvían rápido o las resolvía el propio público que a su manera exigía respeto y respetaba el espectáculo. Luego la fiesta seguía en la grada, porque era más importante ver el partido, analizarlo, disfrutarlo, alentar, sufrir, beberse toda la existencia de cerveza (Polar o Nacional) que llegar a quemar un autobús o violentar la salida de un equipo del estadio.