Hoy termina la Euro 2012 de Polonia y Ucrania. Como hace 4 años, España está otra vez en la final y eso me lleva a pensar que durante más de 30 años, desde que tuve conciencia del fútbol y hasta hace sólo 4, no sólo no me gustaba España como selección de fútbol sino que llegué a aborrecer su presencia en los torneos internacionales, cosa que era extensiva a Italia y Portugal – un poquito menos. Debió ser por el sesgo mediático y social que implicaba la gran presencia de estas 3 selecciones en la tele, radio y prensa escrita de Venezuela.
Me preguntaba subconscientemente cómo era posible que el gran fútbol total de Holanda, Inglaterra y Polonia, que habían pasado por encima de las frágiles selecciones sudamericanas de los años 70 no hubiera sido reconocido sino como una anomalía del universo futbolístico, tal como los agujeros negros, los quasars y la materia oscura. Peor, había que luchar contra un sistema así desde las posiciones meridionales.
De Los Pirineos o los Apeninos para abajo, todos contra el norte, por pura convicción territorial sin fundamento intelectual ni deportivo. Todos en solidaridad, misma que terminaba, o no, cuando Argentina, Brasil o Uruguay debían enfrentarse a Italia, Portugal o España.
Lo que sentía era ese «no voy por el contrario, quiero que pierda…», que terminaba por ponerte en apoyo insospechado a, qué se yo, Austria, o Hungría, o Dinamarca. Se que no me unía ningún tipo de relación con esos u otros países. Era simplemente el deseo de derrotar a los idolatrados y magnificados, a veces sin razón, países de las famosas colonias más numerosas (ese tema lo tocaré algún día en otro blog) presentes en Venezuela.
También es cierto que justo el Mundial en el que abrí los ojos al fútbol fue el de Alemania’74, en el que el dominio europeo fue abrumador y Polonia, país de origen de mi padre, tuvo un excelente torneo terminando en tercer puesto, Lato, máximo goleador y bota de oro y Brasil, que venía de pulverizar records en México’70, quedó en cuarto puesto al perder con Polonia. Todo redondo y claro.
España por su parte ha experimentado en su concepción del fútbol un cambio deportivo y filosófico tal que incluso a un aficionado adversario como yo le hizo ver que se podía pasar al, desde mi punto de vista, lado luminoso de La Fuerza. Dejó de ser muchos años antes un equipo furioso y de garra, a ser la orquesta que es ahora, afinada, gloriosa y magnífica, envolvente e hipnótica, llena de volumen y potencia.
Debo asegurar que este no es un cambio de postura acomodaticio, como lo es apuntarse a ganador. Es reconocer que la elaboración futbolística de España ha alcanzado niveles de excelencia que merecen la contemplación y la admiración. Por supuesto el hecho de mi vida en España coincidente con este despunte deportivo ha influido de gran manera, pero no es la única razón ni es simple triunfalismo. Mi corazón sigue estando con La Vinotinto en primer lugar, a la que espero ver en el próximo Mundial de Brasil, y con Polonia, de la que esperaba mucho más en esta Euro, su Euro.
Hoy voy a España, de la que espero pase por encima de Italia, no porque odie o aborrezca a los italianos, que por otra parte han logrado al fin jugar buen fútbol, sino que por fin en este caso voy a y no en contra de.