Sistemas democráticos, listas y uninominalidad

Los sistemas democráticos representativos tradicionales y predominantes en el mundo desarrollado han sido el modelo de elección del poder legislativo para el resto del mundo. El modelo ha sido imitado a través de la historia con mayor o menor éxito por democracias emergentes de diversas zonas geopolíticas, pretendientes a institucionalizar los modos democráticos en sus respectivas naciones.
La influencia de Estados Unidos sobre su entorno ha familiarizado a las diversas sociedades próximas con el esquema representativo local y regional nominal, en el que predomina la elección del individuo que representa a una zona demográfica y política. Los ciudadanos eligen a sus representantes al parlamento de manera individual. Estos representantes son entonces responsables ante su electorado y en bastante menor medida ante su partido político. Esto también permite que pueda elegirse ciudadanos libres de filiación política al congreso. En teoría el bipartidismo habitual perdería fortaleza aunque en una democracia como la estadounidense está claro que no ocurre así.
La responsabilidad personal del representante electo está alejada de la militancia y de hecho provoca que la discusión, consideración, aprobación o rechazo de leyes o iniciativas parlamentarias requiera de un amplio, laborioso y constante debate para lograr una mayoría que apruebe o rechace una ley o norma. Es lo que se conoce como lobby parlamentario. En principio no existe la lealtad partidista y el voto automático por pertenencia a cierta ideología o movimiento. El lobby lo ejerce el poder ejecutivo o el promotor de la iniciativa parlamentaria, y es una táctica perfectamente aceptada y democrática.
Aunque democracias parlamentarias, las europeas tienen la particularidad de dar preponderancia al partido sobre el individuo, en tanto agente democrático independiente. Entonces los ciudadanos, aunque llamados a votar por un candidato, no eligen a una persona para la presidencia del gobierno o para el cargo de primer ministro. Realmente eligen al líder de un partido que de lograr la mayoría en el congreso termina ejerciendo el cargo de jefe de gobierno, no jefe de estado. Los ciudadanos votantes eligen entonces una lista de parlamentarios encabezada por el líder, que será más larga o más corta de acuerdo al número de votos que logre el partido, y como consecuencia, el grupo parlamentario será más grande (numeroso) o menor. El grupo mayoritario o la reunión de grupos con votos suficientes terminará «formando gobierno«. Puede pasar que el grupo o partido más votado no termine gobernando porque algunos partidos pueden asociarse y lograr la mayoría necesaria de diputados o representantes para formar el gobierno. Los parlamentarios elegidos de esta manera, por principio constitucional independientes, en la práctica responden de manera ideológica o partidista a la conveniencia de la agrupación política antes que a alguna región, distrito o circunscripción electoral.
De la elección por listas se denosta advirtiendo que al ser éstas cerradas permiten la elección en racimo de una serie de representantes, algunos válidos y productivos pero otros totalmente desconocidos para la mayoría que los elige. El riesgo de que en ese tipo de listas se cuelen individuos sin experiencia, sin responsabilidad, como simples usufructuarios de una curul para tener acceso a contratos, tráfico de influencias, etc, o simplemente sin productividad parlamentaria, parece ser alto y este modo de actuar es carente de cualquier tipo de control ciudadano. La potencial ventaja es que mantiene la homogeneidad ideológica según el hipotético rumbo que ha determinado la voluntad popular con el debido contrapeso y balanceo que implica la presencia de opiniones distintas también potencialmente homogéneas.
Se consideró un gran avance en algunos países latinoamericanos pasar durante los años 80, de la elección por listas a la elección nominal independiente, aunque los partidos tradicionales seguían siendo predominantes. El proceso fue gradual llegando a combinar listas abiertas con representación partidista, con el fin de garantizar la representatividad de las minorías y mantener la estabilidad política frente a la probable atomización parlamentaria, que provocaría un estado de anarquía por falta de acuerdo suficiente. También es cierto que esta última precaución puede verse como la red de seguridad de los grandes partidos para protegerse contra la pérdida de poder y privilegios.
Es un fenómeno curioso apreciar la percepción contrapuesta de ambos lados del atlántico con respecto a sus sistemas parlamentarios y la forma de elegirlos. Para ambas visiones la otra es al menos idiosincrática, y para algunos incluso incomprensible o bastante difícil de entender e «imposible de aplicar en su respectivo ámbito». Como si la elección uninominal o la elección por lista fueran manifestaciones innatas e intransferibles a otro tipo de sociedades, aunque ambas sean occidentales y de origen común.
Es un choque comprender que en la desarrollada e histórica Europa, los diputados no representen a su circunscripción sino al partido, un concepto despreciado por la opinión pública en América, al que se atribuye la fuente de la ausencia de conexión del poder legislativo con los ciudadanos. A esa ausencia de comunicación y conocimiento de los problemas y necesidades del pueblo se acusa en algunos países de América el poco éxito de los intentos de desarrollo nacional y la falta de satisfacción de las aspiraciones ciudadanas, así como el florecimiento de la corrupción y la promoción de los intereses de las élites económico-financieras y filiales. Sin embargo, a Europa parece funcionarle bien el sistema. Madurez política que reclaman algunos.