Pasteles

Bajaba por la calle que va al Sambil. Ese flujo de gente en ambas direcciones que es la Elise ¿o Elice?, que discurre desde y hacia la estación Chacao del Metro y estaba ahí, escondida entre una venta de computadoras y ¿un centro de comunicaciones? Tantos que hay, que abundan, que es fácil encontrar uno de ellos en cualquier cuadra, si no es que hay más de 2 en el mismo lado de la calle.
Volviendo a lo que descubrí. El mismo aspecto. Una entrada amplia, con una barra en mampostería, sin sillas en ella, pero con dos o tres mesitas, como se estila aquí en Caracas. Los mostradores térmicos, que mantienen la comida caliente, llenos, llenos, llenos de empanadas, tequeños y, lo mas importante, pasteles. Pasteles y empanadas de los sabores, de los ingredientes típicos. Nada de cazón, nada de mariscos, nada de champiñones, ¡no señor! Simple queso, carne molida, pollo. Simplemente eso, pero con todo el sabor y la consistencia, la suavidad y la esponjosidad.
No recuerdo el nombre – no le paré. El lugar es atendido, deduzco de su aspecto y acento, por gochos. Andinos, pues. Esa vaina no tiene igual. Los batidos naturales y la textura y sabor del pastel. La calidad y consistencia del relleno, sea queso elástico, chorreante, derritiéndose, o carne o pollo, qué más dá.
Recordé los deliciosos desayunos cerca del liceo, cerca de la universidad, los fines de semana, o cualquier día, a cualquier hora, con pasteles frescos, pidiéndolos «de carne con arroz». «Un pastelito ahí, por favor». Faltó sólo la chicha o el mazato.