El mundial

Ya tenemos 9 días en el Mundial. Así, sin apellidos. No escribo que está ocurriendo. Hago notar que “tenemos 9 días en”. Como decimos en Venezuela cuando nos queremos referir a estar. Desde que tenía 8 años no he dejado de “asistir”. Es una cita televisiva. Es un compromiso que mantengo a través de los años, año a año. Por eso no sólo soy fanático del futbol cada 4 años. Me atrae hasta un juego de categoría infantil. Es un placer. Es un escondido deseo de participar. Es los mediodías bajando de comer en Mérida y sentarme en “Lourdes” a ver el entrenamiento de quién sabe qué equipo – ¿de ingeniería?¿de medicina? -, y esperar ansiosamente cada sábado para jugar alguna caimanera. Es las vacaciones en San Cristóbal y nuestras idas en las tardes a Barrio Sucre a jugar y luego meternos 2 litros de refresco, sin los remilgos de la hidratación, el “gatorade” y los termos de agua.
El Mundial es mi mes. Aunque esté trabajando. Aunque me haya casado durante el de Italia. Aunque esté en Revista. Es mi afición. Acomodar mis horarios de las materias, cuando estudiaba en Mérida, para tener los miércoles libres, amoldado al calendario de las copas del futbol europeo.
Correr y buscar en San Cristóbal un sitio donde se viera la segunda cadena colombiana para ver, por encima de mil cabezas, el triunfo de Nacional de Medellín en la Libertadores. Oir Radio colombiana en Mérida, acariciando el botón del dial para afinar la sintonía remota de la final que jugó América con Peñarol. Y buscar dónde carazos pasarían la Libertadores. Correr por el diario para ver los resultados. Pasar rabias al saber que mi Táchira del alma jugó anoche en Caracas y ninguno de los diarios capitalinos hizo alguna referencia, al punto de escribir cartas a El Nacional en reclamo.
Que siga el Mundial. Que no se acabe. Que nos de este mes de libertad y de sueños.