Democracia

No pretendo caer en el lugar común o, como dicen en España, en el tópico. Vivimos y celebramos fechas históricas, efemérides que parecen vacías porque su remembranza no logra traspasar el umbral de sensibilidad ante un evento de significación que repercutirá en la sociedad, en la nación o en el mundo.
Es posible que los encargados de recordar, los que se dedican a registrar, los que estudian la historia o simplemente los líderes de opinión sean incapaces de transmitir esa sensación de grado de magnitud de un hecho trascendental, bien sea porque tampoco llegan a entender los alcances del acontecimiento o porque se contagian de esa misma anestesia social o incomprensión humana.
Nos empalagamos tanto en la normalidad que dejamos de percibir el sabor de lo que para otros sería un manjar. No nos cuidamos de lo que deseamos, y terminamos sufriendo lo que al final conseguimos.
Hoy es 23 de enero. Escribiendo la fecha en un papel cualquiera decidí contarle a una compañera de trabajo lo que había pasado ese día en Venezuela y su principal consecuencia. No me extendí en detalles sobre el momento histórico único de un país en el que ya hace 55 años tuvimos democracia de verdad. Justo entonces pensé en la importancia capital de un momento histórico, de la secuencia de decisiones y de la conjunción de esfuerzos, de la combinación de factores que dio lugar a un cambio realmente sustancial en lo político y social de un país que apenas 13 años antes había perdido el tren contemporáneo por una conjunción igualmente importante pero absolutamente diferente de realidades políticas y personales.
Venezuela había logrado como nunca antes un consenso de élites y pueblo para imponer la voluntad de este último. Ahora suena vacío e incluso hasta cursi, pero en ese momento primordial fue toda una proeza conseguir que una "república bananera" dejara de serlo. 
Desde la época de la independencia, cuya guerra no fue más que un enfrentamiento civil y una devastación en la que prevalecían los intereses de terratenientes, mantuanos, hombres-fuertes y algunos idealistas, sobre el territorio de lo que hasta 1810 no era más que una colonia del menor nivel geopolítico dentro del imperio español, la república había sido una hacienda que cambiaba de dueño según soplara el viento. Apenas salió del siglo XIX en 1936 y todavía en esa época los ciudadanos venezolanos no eran considerados tales sino simples habitantes, con desconocimiento absoluto de su valía y sus derechos como miembros de la sociedad.
La década 48 – 58 marcó una transición de la mayor importancia, pero 1958 fue el punto de inflexión fundamental en el que la historia del país cambió totalmente. No éramos suficientemente conscientes como nación del estado en el que nos desenvolvíamos y del potencial que esto tenía en el futuro para el desarrollo armónico del país. Décadas de educación, igualdad, acceso a servicios, infraestructuras, salud, y oportunidades. Eso es lo que en definitiva significa la democracia. Fue un verdadero triunfo lograr imponer ese sistema para todos en un momento como ese.
Ante la decadencia, en lugar de promover las correcciones de rumbo y los principios de beneficio colectivo y justicia, arreados por unas supuestas élites intelectuales, políticas y comunicacionales escogimos el camino fácil en 1998 de la no política, camino que evidentemente ha sido erróneo, catastrófico y que no existe.
No pretendo homenajear ni denigrar. La falta de consciencia política colectiva es frecuente producto de la falta de formación. La política es necesaria y la educación evidentemente más.