Burocracia tropical

Todo es soportable. Al final forma parte del espíritu de aventura que, unos más que otros, llevamos imbuido. Ese que ha estimulado la exploración en el África de los siglos XIX y XX, la participación en una ONG en Gaza o Afganistán, el pilotar un auto en el Rally Dakar, o el viajar a la luna.
Otra cosa es lo tolerable, lo irritante, lo simplemente molesto.
Enfrentar un trámite burocrático en las oficinas públicas venezolanas es una aventura en las marismas selváticas tropicales que recorrió el corsario negro durante su asalto a Maracaibo. La ignorancia a secas en el procedimiento a seguir, el no conocer la simple cartilla, la hoja de ruta, el menú, o como se quiera llamar la receta según la cual un empleado público debería saber el «abc» de cualquier diligencia.
Nos quejamos de la falta de capacidad de los dependientes de paises europeos para atender a varios usuarios a la vez, y lo tomamos como falta de neuronas, en contraposición con lo supuestamente «pilas» que es nuestra gente. Eso, hasta que colisionamos con la realidad de la falta de simple sentido común en las dependencias oficiales nuestras. Al menos aquellos conocen la cartilla, la receta, el protocolo, y lo siguen sin desviación. Ah, es que existe un protocolo, claro está.
No hay complejidad en seguir un simple protocolo, si existe, y si además es claro y completo. Eso es «mucho pedir», y sería un avance tecnológico extremo en la «amazonia burocrática», al menos, en la venezolana.